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De la sororidad a la mamarrachada

Habrá que analizar detenidamente cuáles han sido los factores por los cuáles en este 2017 la palabra del año, según la editorial Merriam-Webster, especializada en diccionarios, ha sido “feminismo”, aunque uno destaca entre todos con su rayo de obviedad leonina: Donald Trump. El día después de su investidura, la “Marcha de las mujeres” logró que una de las palabras más desdeñadas –en todos los idiomas–, falseada, peluda incluso, alcanzara su cúspide. Quién lo hubiera dicho, venció a “federalismo”, o “empatía”. El feminismo salió de los márgenes, de las asociaciones de mujeres, los cafés filosóficos, las cátedras de género y las columnas de opinión, y pisó la alfombra roja. Enseguida llegaron las monjas ortodoxas, las que insisten en hablar en nombre todas las mujeres: “ojo con banalizarlo; cuidado con ese feminismo chic de camiseta, una moda pasajera”. La igualdad de las mujeres ha sido siempre un asunto vacilante –cinco pasos adelante, tres hacia atrás–, pero ríete de las camisetas y los hashtags: gracias a su onda expansiva, mujeres de todo el mundo buscaron su significado en el diccionario. Por fin. Hace veinte años, en España el término resultaba tremendamente incómodo y, desde la ignorancia y el prejuicio, producía rechazo. Nunca había estado tan presente entre políticos jóvenes, como Irene Montero, que tan bien argumentan las desigualdades estructurales de la sociedad, que aún debe de empujar para acabar con múltiples brechas. Además de la salarial y la de representación –ya sea en la esfera pública, la universidad o la ciencia, e incluso en el reparto de papeles en el cine–, la del acoso sexual, cuyo combate ha iniciado una carrera sin fin.

Otra de las palabras de este año, cuya actualidad se confunde con una serie de Netflix, ha sido “sororidad” , término robado del convento: del latín sor, cuyo significado es ‘hermana’. El concepto, desarrollado por el feminismo hace años, hace referencia a la “amistad entre mujeres diferentes y pares, cómplices que se proponen trabajar, crear y convencer, que se encuentran y reconocen en el feminismo, para vivir la vida con un sentido profundamente libertario”, según la definición propuesta por la activista mexicana Marcela Lagarde. Y a ese carro se sube la serie “Las chicas del cable”, cuya segunda temporada se estrena en pleno apogeo de la militante sinergia femenina. La plataforma y la actrices, Blanca Suárez, Nadia de Santiago, Maggie Civantos y Ana Fernández, subrayan la imagen de mujeres que no se dejan pisotear, que hacen de la unión su mejor arma, un argumento bien distinto al de esa ficción que ha mitificado los arañazos entre féminas. Nada más lejos de la elegancia con la que muchas protagonistas de ficción asisten a la infidelidad de sus maridos, como ocurre en la segunda entrega de “The Crown”, que ha encandilado con su versión del personaje de la reina Isabel II. En el discurso televisado de la reina, una tradición que este año cumplía sesenta años, hizo un guiño metareferencial a la serie en la que se recrea el momento en el que la monarca decide dirigirse a la nación por televisión con el fin de acercar a la familia real y sus súbditos, de forma que el pasado 25 la reina comenzó su mensaje con las siguientes líneas: “Hace sesenta años, una mujer joven habló sobre la velocidad del cambio tecnológico mientras presentaba la primera retransmisión televisiva de este tipo. Ella describió aquel momento como un hito histórico. Seis décadas después, esa misma presentadora ha evolucionado de alguna manera, igual que la tecnología que describió”. Después vino la declaración de amor y gratitud a su compañero de vida y trono, el Duque de Edimburgo, también muy favorecido en Netflix: “sé que su apoyo y su sentido del humor único seguirán estando tan presentes como siempre”. Único, y siempre polémico, la serie recoge el momento en que, sin sombra de tacto, pregunta: “Eres una mujer, ¿verdad?” al recibir un regalo de manos de una keniata. A buen seguro conoce el afilado pensamiento de Bacon: “la imaginación consuela al ser humano de lo que no es; el sentido del humor de lo que es”.

Tampoco Melania Trump suele pasar desapercibida; la Casa Blanca la ha ensanchado, signo visible de que no encuentra su papel. Acartonada, con exceso de peluquería y botox, se ha disfrazado de mamá Noel para estas fiestas, y ha mostrado cómo concibe la decoración al mundo entero. ¿El resultado? “Sobredosis de espíritu navideño”, como ha titulado algún medio su display con decenas de abetos nevados, y niños afroamericanos tejiendo guirnaldas con ella. No obstante, las mamarrachadas de Melania producen compasión, a diferencia de las de nuestras kardashians locales, las Campos, que a golpe de visonazo, gorros de sherpa y botas de après-ski pasean la horterada por Nueva York. ¿Le hacía falta a Tele 5 coronar el año con esa estampa de chocarrería y mal gusto, a esas mujeres tan parecidas a la madrastra y las hermanastras de Cenicienta, buscando un par de zapatos en la Quinta Avenida? El minimalismo, definitivamente, ha sido derrotado en 2017.

Publicado en La Vanguardia

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