Saltar al contenido →

Desalientos

Coronabk

La publicidad blanca tiene doble forro. Sin apuntar a nadie, consigue encender las redes, ofende sin saber a quien ni por qué, y a pesar de su corta inversión, logra altos réditos de po­pularidad. Basta cruzar el jardín de lo políticamente correcto para con­vertirse en trending topic, aun a riesgo de enmugrecerse, porque, al fin y al cabo, aquí se redime hasta el más mugriento.

El anuncio de una cadena de hamburgueserías en busca de repartidores cultos, que canten sonatas, lean a Joyce, calculen integrales, diserten sobre el contexto político y tengan destreza con los videojuegos se ha viralizado, provocando a todo tipo de moralistas. Cómo desentenderse de ese chaval que reparte comida montado en bici y huele a intemperie que un día soñó con analizar moléculas en un laboratorio. Es probable que los audaces directores de la campaña de marketing hayan ignorado la mancha: más de un millón de parados, de ciudadanos que ya han perdido la fe en las ofertas de trabajo y a los que tan sólo la red familiar o los buenos amigos conseguirán sacar de esa muerte en vida. Aunque el doble forro de esa publicidad evidencia una realidad molesta que damos por hecha con resignación desteñida: España es el país de Europa con más universitarios en trabajos rudimentarios. Aquí, los trabajadores tenemos un elevado nivel formativo en comparación con la media europea, pero, después de verle la cara a la desesperación, muchos terminan ocupando puestos para los que no hubiesen necesitado ni el bachillerato.

Los he conocido: biólogos que responden al teléfono en call centers, poetas que suben y bajan taxímetros, ingenieros de todo tipo reconvertidos en comerciantes o periodistas que acaban redactando notas de prensa sobre un colirio. El desajuste de la sobrepreparación late en muchos gestos cotidianos. Se preguntan: ¿por qué necesitabas traducir a Séneca o empollarte las genealogías de todas las monarquías europeas si ibas a acabar de vendedor de telefonía móvil?

En qué mente podría caber que el conocimiento fuera un hándicap. Pero así lo afirman los políticos y sociólogos que corroboran el “problema de la sobrecualificación”. Es insolente ese horizonte en el que agregar mayores –y más diversificados– conocimientos resulta una desventaja comparativa. En la industria, el comercio o el transporte, más de la mitad de los estudiantes con un título superior acaban aceptando puestos que no exigen titulación alguna. Empleos mal pagados, alienantes, ocho horas caídas en un saco de tiempo roto, capaces de malograr las buenas rutinas. Este anuncio grosero banaliza la precarización, aunque también la subraya: somos junto a los búlgaros, lituanos y griegos, los que acusamos mayor brecha entre ricos y pobres. Y de paso se echa unas risas acerca de todos esos jóvenes sobradamente preparados, que un día fueron llamados JASP y hoy reparten las cuatro quesos de masa fina.

Publicado en La Vanguardia

Un comentario

  1. Asi es Joana
    Desolador!

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.