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‘Banderitis’

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Cuelgan de los balcones, no desde hace un día, ni dos, sino semanas, y su presencia es cada vez más totalizadora en la configuración del paisaje. Es como si a la ciudad le hubieran pintado una cara rojigualda o estelada a fin de exaltar una noción que a algunos siempre nos ha inhibido: la patria. Ya lo dijo con exactitud Borges: “El patriotismo es la menos perspicaz de las pasiones”. Algunos paños llevan su mástil y flamean medio desmayados, deslucidos por la grisalla, mientras que los más grandes cubren balconadas neoclásicas tapando las ventanas por las que, al atardecer, asomaba el resplandor de una lámpara amarillenta como indicio de la vida recogida.

Ahora las banderas cubren lo sustancial para el individuo, y no sólo es una metáfora: los fanáticos de un lado y de otro dimiten de la realidad, igual que los enamorados, que ni comer precisan: sólo el aguijón de su redondo sentimiento les basta como motor vital. La banderitis pospone las urgencias que impactan en la vida de a pie. La enseñanza nunca había estado tan podada de valores: las humanidades, que pueden inspirar aportaciones creativas e innovadoras, han quedado relegadas porque el utilitarismo monetiza el conocimiento. La brecha de la desigualdad que sigue latiendo, los miles de pacientes en lista de espera, el goteo sangrante del maltrato diario a mujeres… eso ocurre a diario y de forma paralela a la venta de banderas. Los fabricantes afirman que la demanda ha crecido cuatro veces. La mayoría las compra en comercios chinos, no precisan refinamiento: por poco más de un euro uno recibe un chute de patria.

Del deporte ha permeado al lenguaje coloquial esa expresión tan gráfica de “sentir los colores”, un hecho objetivamente propio de la sinestesia. Algunos los sienten de tal manera que embisten a la enseña contraria y luchan para que la suya sea la que prevalezca, al estilo del empresario César Cort, que colgó la pasada semana la bandera de España más grande del planeta en la fachada de un edificio a las afueras de la capital: un acto simbólico de 15.000 euros. Hay que recordar de nuevo a Hannah Arendt, que tanto ahondó en nacionalismos e identidades: “Para el hombre dichoso todos los países son su patria”, afirmaba. Es probable que la idea de ciudadano del mundo pertenezca al buenismo, o al escapismo, pero también a la libertad de credo.

Nunca me he hecho un tatuaje, evito colgarme del cuello acreditaciones y pases, es suficiente con mostrarlos. No quiero ser un anuncio andante, exaltar mis creencias de forma que violenten las ajenas, ni tampoco, y con todos los respetos, ondear una bandera para sentirme de este mundo, cuando en verdad el mundo de hoy se ha ido tan lejos.

Publicado en La Vanguardia

2 comentarios

  1. Martin Martin

    Te aseguro y esto es teoría empírica, no es buenismo, escatimo ni snobismo declararse ciudadano del mundo, al menos del mundo en que uno decide vivir y participar, lo cual no implican términos ni límites geográficos, tan definidos por intereses puntuales, sino del mundo entendido como el entorno que uno mismo sea capaz de agenciarse o donde decida depositar el pandero, por supuesto de la mano de las correrías desventuras e imponderables que los recodos del camino reparan.
    ¿Bandera? sí tengo un par, el olor a milanesas y el recuerdo del aroma que desprenden algunos canalillos pecosos.

  2. Como siempre tú Pensamiento y Escritura es un Oasis …mi patria son las croquetas de huevo duro con sabor a Mamá
    Ése es mi Maná

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