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Mi tía, la abadesa

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Mi madre aún recuerda al detalle el revuelo que se armó cuando su prima Anna María dijo que se metía a monja. Había estudiado Filosofía y Letras y tenía veintidós años. Hizo el noviciado con las dominicas de Reus pero, al cabo de un tiempo, le comunicó a su superiora que se sentía llamada a una vida de plegaria y de silencio. La probaron, creían que con su energía y su desparpajo no aguantaría. Anna María Camprubí ingresó en el monasterio de Santa Maria de Vallbona a los 29: su vida de clausura se resumiría en labor y oración. De pequeños, nos intrigaba saber si sólo se podía hablar con ella a través de una reja. Sólo la veíamos en los entierros; cantaba los salmos con un recogimiento que nos dejaba conmovidos. Ya ha cumplido los 75. Cada noche, a las ocho y media, cierra las puertas de madera del monasterio del que, desde hace 17 años, es la abadesa.

El pasado lunes saltó la noticia de que el monasterio de Vallbona cedía una sala del convento para votar el 1-O. La vimos por la tele y la escuchamos por la radio. Hablaba con rotundidad a los medios: “La libertad está dentro de cada persona”, “nos debemos a la tierra, el pueblo tiene que poder decidir su futuro”, “no tengo miedo, ni yo ni la comunidad”. La naturalidad con la que trataba el asunto parecía tan firme como su fe. Frente a la cámara hacía silencio y ponía caras de estupefacción, igual que mi abuelo, por la prohibición del referéndum. La llamé al monasterio en el horario permitido. Escuché como la avisaban por megafonía, oí los pasos, recordé el hábito austero. “No vivimos de espaldas al mundo: estamos en el mundo, pero no somos del mundo”, me dijo la tieta monja, y añadió: “El monasterio tiene que estar arraigado a la tierra, a Catalunya, es así desde hace 850 años”. También me contó que, de noche, los vecinos vieron una pareja de la Guardia Civil paseando alrededor del monasterio.

Desde entonces, han recibido centenares de correos: “Todo han sido felicitaciones excepto dos llamadas de teléfono que nos han puesto a caldo. Una de una señora de Barcelona: la atendió otra monja y la dejó turulata. La otra fue de un señor de Tarragona, muy enfadado”. Se presentó como católico, apostólico y romano, a lo que la priora le respondió que ya coincidían en algo. Después le dijo que Carme Forcadell tenía cara de demonio, a lo que ella contestó que demonios sólo conoce los de los Pastorets. “Y hasta me aconsejó que me preparara, porque seríamos las primeras en ir a la guillotina”. Le pregunté cómo se quedó al colgar: “Igual que antes, él tiene derecho a expresar lo que siente, pobre xicot, si le ha hecho sufrir tanto esto…”. Antes de despe­dirnos quiso saber qué tal en Madrid. Comentamos el nivel de enconamiento, y mi tía admitió que el asunto ya se lo han encomendado a Dios hace tiempo, que rezan por él cada día, incluso en la plegaria libre, en el huerto, en una tierra firme arrasada por el fuego del verano.

Publicado en La Vanguardia

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