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Una cena con Marta Ortega

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Un séquito glamuroso llegó de Madrid el pasado miércoles para cenar en una tienda del Paseo de Gracia, sumándose a otro grupúsculo autóctono cuidadosamente elegido. Se les llama micro-eventos, y uno de sus encantos consiste en hacer resaltar el “formato pequeño”, que antes denominábamos petit comité. Crema de oricios y steack tartar , cincuenta personas, música en directo, vajilla de Jaime Beriestain, y una atmósfera que recogía palabras como “privado” o “selecto”, indispensables para los sibaritas del sarao. Madrid se traslada a trozos, y en círculos, a Barcelona. Los directores de AD y Vanity Fair o la flamante directora de Harper´s Bazaar, Yolanda Sacristán –tras 16 años al frente de Vogue– no quisieron perderse la inauguración de la nueva tienda emblemática de Uterqüe y se sentaron entre bolsos producidos en Ubrique y zapatos en Elda. Artesanía española, moda y accesorio, calidad, reza el argumentario de la marca más aspiracional de Inditex –que también significa la más cara-. Todos rodeaban a la invitada especial, la verdadera promesa de la noche: Marta Ortega. A la heredera del imperio Inditex, que tiene un aire entre Kirsten Dunst y Amaia Salamanca, le ha llegado la hora de demostrar que es ella misma, e incluso de desmitificarse. En el último año se ha sacudido su gusto por la invisibilidad, se ha enamorado, se ha comprado una casa en la capital (que visita con frecuencia) y ha saltado al cuché. Antes era imposible fotografiarla sin caballos de por medio, pero ahora se ha erigido en la VIP más deseada del momento, una especia de realeza sin corona. Forma parte de la estrategia de los Ortega apropiarse de edificios emblemáticos para alojar los negocios, haciendo suya aquella frase del poeta Robert Frost: “Si nada hay eterno, no es posible la producción ni la generación”. El año pasado, Inditex facturó más de 20.000 millones en todo el mundo.

Me cuentan que Marta carece de poder ejecutivo. Pregunto si el suyo es un poder representativo, o consultivo. Me aseguran que opina, siempre con observaciones audaces, no en vano es hija de un hombre cuyo olfato y rapidez en conectar ideas lo ha convertido no solo en el mayor millonario de España, sino en líder de la revolución del low cost y la distribución cardiaca de producto Esa es, sin duda, la palabra clave de la familia. Le pregunto informalmente –no se puede preguntar formalmente- a Marta Ortega qué opina del nuevo espacio y me responde que “se ve bien el producto”. Es una mujer sobria, con un estilo más neoyorquino que patrio, y portadora de una educada distancia que le sirve de escudo.

Entre los asistentes, Vanesa Lorenzo comentaba la repercusión de la portada para Fashion&Arts, y la empresaria María José Alasà comentaba haber descubierto a otro Carles Puyol: “antes lo veía más hombre cromagnon, y ahora lo he encontrado super atractivo, hay un antes y después de Vanesa”. El decorador Jaime Beriestain se lamentaba de la falta de promoción del buen gusto, fiel a su lema “más es más”. “Barcelona está gestionada por gente que tendría que tener más cultura y entender que la ciudad funciona gracias al turismo. Yo ya no podré diseñar más hoteles en mi ciudad, porque los políticos han decidido que no se abran más” decía el afamado interiorista.

Por su lado, Ainhoa Grandes, uno los personajes con mayor influencia en el ámbito cultural y filantrópico, afirmaba que la sociedad catalana tiene que celebrar la promoción del arte por parte de la empresa privada, como es el caso de Uterqüe. Este año, la Fundación Macba que preside, celebra su treinta aniversario. Según Grandes: “se trata de un modelo de referencia en la colaboración público-privada que después de 30 años ha demostrado ser un éxito”. El diseñador de moda masculina Juan Avellaneda, otro nombre ascendente, a punto de vender en Bergod &Godman, también cenó con Marta Ortega. Avellaneda viste al hombre moderno con aires mediterráneos y renacentistas. En una ocasión, Ainhoa Grandes le pidió que le hiciera una chaqueta y ahora le ha florecido la clientela femenina. Mujeres que suspiran por sastrería masculina, herederas con perfil discreto y cenas con los carritos de postres en los probadores. Juntar contradicciones, el marketing de la vida.

(La Vanguardia)

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