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Amores bestiales

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Uno de los encantos de la factoría Disney ha sido su maestría a la hora de hacer hablar a los animales. La marginación del patito feo, el dolor por la muerte de la madre de Bambi o la profunda soledad de la Bestia han proporcionado, además de un animado marco moral, una muestra del poder transformador de la empatía. Fábulas con moraleja que han perpetuado los papeles de hombres y mujeres, y han propagado una idea del amor más propia de la ciencia ficción que de la realidad, hoy pretenden ser reescritas. Pero por mucho que blanqueen sus estereotipos prejuiciosos, la actualización del cuento de hadas sigue bra­ceando a la desesperada en su intento de poner al día los clásicos, quitarles moralina y querer convertir a Caperucita en feroz y al lobo en un animal maltratado.

A raíz del estreno de la nueva versión de La bella y la bestia, la crítica ha ensalzado el empoderamiento del papel femenino, que esta vez protagoniza una Emma Watson sobrada de carácter y despegada de la cursilería de las princesas rosa. Aunque otros se preguntan por qué la cinta no se ha atrevido a revisar la cada vez más borrosa frontera entre lo humano y lo animal, esa construcción cultural de la percepción humana que se impone sobre otras condiciones de ser. Y es que los animales ya no son lo que eran. En Holanda, por ejemplo, donde hay censados 17 millones de ciudadanos y más de 33 millones de animales de compañía, el Colegio de Veterinarios está presionando al Gobierno para imponer un seguro médico obligatorio para las mascotas. En Suiza, con una de las legislaciones más completas en materia de protección animal, estos tienen derecho a un abogado. Y en la siempre inesperada Canadá, una sentencia de la Corte Suprema dictaminó que las prácticas sexuales zoófilas son legales, siempre y cuando los animales no sean penetrados y no sufran ningún tipo de daño.

Enfoquemos el asunto desde otro punto de vista: en EE.UU. el comercio relacionado con los animales de compañía corrobora la tendencia a humanizarlos. En el 2015 el sector facturó más de 100.000 millones de euros en EE.UU., Europa y Japón. Ropa y joyas para perros, spas y hoteles para gatos, juguetes para hurones, e incluso ritos funerarios y cementerios. No es ni un fenómeno nuevo, pero crece la intensidad con la que las mascotas se apropian de un espacio que antes les estaba vedado. Un tercio de los españoles considera a su perro, su gato o su tortuga más importante que sus amigos. Ya viajan en metro, pronto se sentarán en los restaurantes y puede que acaben impartiendo clases de fidelidad incondicional, ese bien tan escaso en el mundo de los humanos. ¡Cómo sus dueños no van a tratar de “amorcito” a esas criaturas!

(La Vanguardia)

Publicado en Artículos

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