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Callejero fantasma

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Quedé con una agente inmobiliaria para que me enseñara un piso. No quiso darme la dirección exacta. Pensé que se trataba de celo profesional, aunque la razón era otra: la calle se llama Caídos de la División Azul, y esa es la primera pega que le ponen todas sus visitas; nadie quiere vivir en un lugar que, con pronunciar su nombre, provoca una descarga semántica de alto voltaje. La agente, alta y alemana, me dijo: “No creo que Carmena tarde mucho en cambiarlo. Es lo que todos esperamos”. La alcaldesa de Madrid lleva un tiempo trajinando con el callejero que aún homenajea a varios represores. No se trata sólo de una cuestión cosmética, de subsanar la antipática circunstancia de tener que vivir en la plaza Arriba España, sino de una reparación ideológica. Más de mil calles, plazas, avenidas, paseos y demás vías mantienen nombres directamente relacionados con el franquismo, y no al modo de Dalí, Lola Flores o Miguel Mihura, que tuvieron muchísimas otras relaciones. Aquí están, desafiantes, las señas que le tienes que dar al taxista para que se dirija a la placa que mantienen los lugartenientes Mola, Queipo de Llano, Moscardó, Orgaz, Sanjurjo o Millán-Astray más de cuatro décadas después de la restauración democrática. Han sobrevivido a la chita callando, normalizados por la costumbre que a fuerza de repetirlos ha difuminado su eco. Ninguna calle de Berlín, Roma, París o Bruselas recuerda hoy los días triunfales, brazo en alto, del nazismo. En Moscú, en cambio, nadie ha podido aún arrancarle el cartel a la avenida Lenin.

Los críticos a la mudanza esgrimen razones que apelan a la rutina y al gasto público: ¿cómo afectará a la vida diaria de los vecinos la nueva dirección de sus domicilios postales? Como si no les hubiese afectado su significación. ¿Cuánto se tardará en adoptar las nuevas denominaciones y tras cuántos líos? ¿De verdad costará el capricho de Carmena y su equipo 60.000 euros (y eso sin contar con los mapas físicos y digitales, los GPS y los buscadores de internet)? Y yo me pregunto, ¿por qué le llaman capricho a aventar los fantasmas del pasado en nuestras calles? Las palabras importan, sobre todo por lo que habita en ellas. En los trazados urbanos vamos recordando a personajes que hicieron algo por mejorar este país, o el mundo, desde escribir un soneto hasta patentar una vacuna o redactar constituciones.

La ley de Memoria Histórica, que tiene por objeto promover la reparación moral de las víctimas de la Guerra Civil y la dictadura, acuerda “suprimir elementos de división entre los ciudadanos, todo ello con el fin de fomentar la cohesión y solidaridad entre las diversas generaciones de españoles en torno a los principios, valores y libertades constitucionales”. Han pasado siete años y los agentes inmobiliarios siguen aguardando el día en que no tengan que dar explicaciones al llegar a la calle Caídos de la División Azul.

(La Vanguardia)

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