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Las palabras para decirlo

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Una palabra es un mundo. No sólo representa lo que trae encerrado entre sus letras, que, al pronunciarla, desenvuelves de su celofán, sino que va tan allá como uno sea capaz de hacerla volar. Algunas tienen un recorrido más corto y apenas pueden apoyarse en una imagen, mientras que otras, de tan sugerentes y abiertas, parecen deslizarse por un tobogán. Las hay que pesan, que se anegan, que se nombran con rabia. Y las hay sandungueras, zafias o reveladoras. El oído es tan subjetivo como el olfato, pero afinándolo consigues entrar en el sonido de los fonemas y masticarlos.

Representar un año con una palabra resulta un ejercicio gráfico provisto de una elevada carga simbólica; otro de los rituales de síntesis que contribuyen a formatear los cambios sociales producidos a lo largo de doce meses, y que ofrece su portentosa plasticidad para discernir una voz entre todas. Pero la gloria de las palabras mediáticas suele ser pasajera, bien porque cambia el foco, bien porque de tanto nombrarlas se devalúan siguiendo la lógica de la moda. A veces su vigencia se extingue con el año: le ocurrió a escrache, palabra del 2013 según Fundéu BBVA, apenas citada ya. Otras son viejos nombres los que añaden una carga semántica a su significado original, como refugiados, la palabra elegida –en castellano– por La Vanguardia. Desde los campos de Gaza y Cisjordania o Darfur hasta las ciudades desplazadas de Dadaab, Tamil Nadu o Urfa, las migraciones forzadas por guerras y hambrunas no son ninguna novedad en este mundo desajustado. Pero hoy, el éxodo de miles de sirios que quieren escapar del infierno ha embestido con furia la palabra que etiqueta a los últimos parias de la Tierra.

Parece que aquello que no puede ser nombrado no existe ni es fotografiable. Entre las palabras elegidas por unos y otros, las hay onomatopéyicas como zasca; curiosas como gastroneta o clictivismo; coloquiales como trolear o despatarre; antiestéticas como paloselfi, amplificadas como emergentes –que el año pasado servía para apellidar a Brasil y hoy lo hace con Podemos y Ciudadanos–; osadas como cupaire, que se ha impuesto filológicamente a podemita. Sin embargo, no siempre basta un nombre ni un individuo. Merriam-Webster, la editorial que publica el célebre diccionario anglosajón, ha escogido el sufijo ism (ismo) como la palabra más representativa del 2015. Terrorismo, yihadismo, populismo, activismo, machismo… En la antípodas de los ismos –y las vanguardias–, el diccionario Oxford apuesta por el lado más heterodoxo del lenguaje y elige el emoji que llora de risa, olvidando que detrás de cada dibujito en un smartphone hay una palabra derrotada.

(La Vanguardia)

Publicado en Artículos

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