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‘La vie en noir’

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No puedo dejar de mirar la portada de la última novela de Michel Houellebecq, que aún tengo entre los libros de la mesilla de noche, Sumisión, una de las lecturas de verano coincidentes entre nuestros políticos. La torre Eiffel se estampa sobre el azul con un golpe de atardecer, y en él refulgen, recortadas en amarillo, la luna creciente y la estrella, que en el islam significan soberanía, nobleza, victoria y divinidad.

Su publicación coincidió con el atentado contra Charlie Hebdo, por lo que el escritor suspendió la promoción y desapareció: todo tan rocambolesco como el personaje y su obra. Regresó para llorar a su amigo Bernard Maris, fallecido a manos de los extremistas islámicos que quisieron quebrar los lápices de la libertad, los mismos con los que sí se dibujan chistes sobre el Papa o el Dalái Lama. “No tomo partido, no defiendo ningún régimen. Deniego toda responsabilidad. He acelerado la historia, pero no puedo decir que sea una provocación, porque no digo cosas que considere falsas sólo para poner nerviosos a los demás”, anunció el escritor en su reaparición. Su política ficción corta el aire: el laicismo acaba escurriéndose por los desagües del nuevo orden establecido. En la Universidad Islámica de París-Sorbona, los profesores, mejor pagados que nunca, pasean felices su nuevo estatus de polígamos, y las estudiantes, cubiertas con velos blancos avanzan por el claustro en corrillos, de tres en tres, entregadas a las proclamas de sus ayatolás: “La cumbre de la felicidad humana reside en la sumisión más absoluta”.

La noche del pasado viernes, la torre Eiffel lucía a destiempo sus paillettes. París ensangrentado. En el Estadio de Francia, en el barrio bohemio y trendy de la República, iban cayendo los cadáveres al grito de “Alá es el más grande”. En el Bataclan, en medio de un concierto, mudando risas y acordes en cenizas. Terrorismo real igual que en las series, como un acto de destrucción real y simbólica.

Tocan París y nos tocan a cada uno de nosotros. Porque de la ciudad de la luce penden valores que el imaginario colectivo ha relamido en todas sus variantes. La enciclopedia y el chic. El pollo asado del café Flore, con sus mesas existencialistas. Monet, Piaf, Proust, Chanel, Truffaut o Mitterrand. Los salones del XVIII y de los mayos de los estudiantes. El moho de la librería Shakespeare & Co, las maisons de la Avenue Montaigne, los terciopelos rojos del café Coste, los tesoros de Les Puces, los besos enroscados de Rodin, los afiches del Olympia, las pelucas platino de las chicas del Crazy Horse. Son los franceses y las francesas con su baguette, su periódico y sus lilas, acostándose bajo el toque de queda en pleno siglo XXI. Con el grito ahogado de la libertad. Contra la sumisión a la barbarie.

(La Vanguardia)

Publicado en Artículos

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