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Los cojines de Rato

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El joven Rato tuvo un seiscientos tuneado, un detalle que entonces no significaba una expresión macarra sino un signo de privilegio. Cuando llegó al Partido Popular, cuentan que lo hizo al volante de un descapotable rojo. Ro­drigo Rato representó de tal forma el vértice de la pirámide que el allure en su porte disminuía la talla de sus adver­sarios. Recuerdo cuando nos pregun­tábamos con tanto ahínco por qué el dedo de Aznar no había coronado al cosmopolita Rato en lugar de a un señor de provincias llamado Mariano Rajoy. ­Dicen que Aznar nunca se fío de él, que mandaba espiarle por poco obediente, soberbio y osado, a pesar de ser el artífice del llamado “milagro económico ­español”.

Nuestra sociedad se ha habituado a no separar la vida privada y la vida pública de quienes ejercen el poder cuando quedan atrapados en sus propias leyes. El Rato abogado vive a 300 metros de distancia del ciudadano Rato, y el Rato que viajaba mucho a Suiza tiene los dos mismos brazos y la misma cabeza que el Rato que dirigió la economía del país y del mundo desde el FMI; los mismos que el que fuera aupado por Zapatero y Rajoy para presidir Bankia y también los de aquel cliente que dejó dos cojines voluminosos en la puerta de un pequeño establecimiento, Entrecosturas, en Gijón, sin mediar palabra, y que la dueña, transcurridos unos meses sin que nadie se interesara por ellos, los regaló a una oenegé. Rato le reclamó una indemnización de 380 euros y se declaró “engañado”. Acaso sus cojines simbolizaban una pérdida mayor, pero se forjó una caricatura delirante.

En Madrid mucho se especula acerca de la lista de los 705 vips que, tras regularizar sus capitales en el extranjero, no pudieron aclarar su origen y presentan indicios de blanqueo, suponiendo que el nombre de Rato será el primero que aflore. Por ello se rubrica la sobreactuación de la mano en la nuca al entrar en el coche policial, una grosera humillación para un hombre de andares erguidos.

El exceso de confianza es cosa de tontos, aunque se venda todo lo contrario. De igual forma que no se pueden despreciar los nubarrones en la mente de quienes tienen una elevada capacidad intelectual que les permite sortear peligros y anticipar problemas. “Tiene mucho poder pero es relajado”, se dice en señal de aprobación. Según investigadores de la universidad canadiense de Lakehead, las personas “centinelas” actúan con prevención, preocupación e incluso angustia, pero se evitan infiernos. Los participantes en la investigación que se mostraban más en guardia eran las personas que tenían un elevado coeficiente intelectual.

Es probable que en el último año Rato haya sido un ser preocupado, pero en el caso de darse por probados los indicios delictivos que se han difundido, la ceguera de la codicia mostraría de nuevo la brecha entre el yo público y el yo privado. El Rato tranquilo y relajado debió de creerse un hombre con dos almas. O un impostor de sí mismo.

(La Vanguardia)

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