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Dolor bajo la máscara

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No es la primera vez que me ocurre: “Podrías ahondar en por qué las mujeres lloran más que los hombres”, le sugerí a un afamado periodista. “Esto es para ti, yo no lo puedo tratar porque me acusarían de machista”, me respondió seriamente. Ni hormonas ni lagrimales más pequeños, ni investigaciones científicas, ni entrecomillados… Todo palidecía ante la suspicacia y la prevención que sentía mi colega respecto a que un asunto, digamos de género, se le volviera en contra. Hace dos días, en una redacción, a la responsable de marketing le latía el estómago. Estaba felizmente nerviosa ante la posibilidad de un nuevo proyecto, y entre risas y nervios le dijo a su jefe: “Mira cómo me late el estómago, toca”. El sabio profesional, declinó amablemente la invitación. Hay más casos que rozan la paranoia: amigos que prefieren no subir con una mujer en un ascensor sin compañía de otros, directivos que ya han importado la máxima de los yankees: no encerrarse en un despacho con una mujer a solas.

“No dejen entrar a uno de estos nuevos hombres en mi habitación”, murmuraban las protagonistas de las series de televisión cuando a finales del siglo pasado se habló del “nuevo hombre”. El que el mismo día jugaba a rugby y acunaba a sus hijos; el que no confundía la expresión de los sentimientos con la cursilería, ni la determinación con la testosterona. Hombres soñados que, al hacerse reales, se convirtieron en pesadillas, pues parecían demasiado depilados, presumidos o empáticos.

En el 2003 escribí un libro sobre las masculinidades, y la mayoría de mis congéneres me espetaban: ¿por qué un libro sobre ellos cuando somos nosotras las que estamos en el punto de mira? La reivindicación de los hombres como padres -aunque para algunos empiece de verdad cuando se separan- ha cristalizado hoy en la aplicación cada vez más habitual de la custodia compartida. En las últimas campañas contra la violencia doméstica los protagonistas son hombres concienciados que la rechazan al igual que las féminas; en algunas ciudades, como Estambul, cientos de ellos se han manifestado en contra con minifalda como signo de protesta.

Existe no obstante un dato que sobrecoge, y es el del abultado número de muertes de hombres jóvenes por suicidio: en Catalunya la primera causa de muerte entre varones de 30 a 44 años. Varias investigaciones relacionan esta brecha con la genética pero también aducen a un malestar vital que se refugia en el autocontrol para ocultar la inestabilidad. Y a la dificultad en pedir ayuda -y medicación-, a diferencia de las mujeres. En Newsweek leo que en el Reino Unido murieron más hombres por suicidio el año pasado que todos los soldados británicos caídos en combate después de la II Guerra Mundial. Una cifra asombrosa que indica la infinidad de historias silenciadas: el dolor detrás de la máscara. Un asunto que debería preocupar a ambos sexos por igual, sin suspicacias.

(La Vanguardia)

Publicado en Artículos

3 comentarios

  1. homero homero

    :)

  2. homero homero

    me gusto porque abla sobre las mujeres de vajo de una mascara

  3. a. a.

    Dile al Bernardino y al Melazua que se jubilen, tu más deboto admirador.

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