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Hojas de hierba

Julia Fullerton-Batten (1)

Recuerda aquella vez que encontró de lo más natural pagar en negro al fontanero, y así ahorrarse el IVA? ¿O cuando pidió que aquellos trescientos eurillos se los abonaran a través de su cuñada porque entonces usted cobraba el paro y no iba a darse de baja por trescientos eurillos?, a lo que le respondieron: “Sin problema”. ¿Y los equilibrismos que urdía con su gestor cuando la declaración de renta aún no la visaban los algoritmos de Hacienda? Nunca hubiera dicho que aquello fuera una falta de ética, como si la supervivencia humana, a cualquier escala, no se compusiera de un alto grado de condescendencia y otro de adulación. También prometía que nunca maldeciría a la madre o al padre de sus hijos, hasta que se divorciaron y la frustración, envenenada con rencor, le golpeó las tripas.

Como es otoño, llueve, y la alfombra de hojas es ya rojiza; recuerda también que fue cobarde y calló cuando difamaron a su mejor amigo. “¿Para qué crear más tensión?”, pensó, inútil nobleza, aunque luego se detestara. Y a pesar de todo se siente un tipo -o una tipa- decente que colabora con oenegés y va a los museos. Cumple con sus responsabilidades, madruga, trabaja a riesgo de perderse muchas cosas de la vida, educa a sus hijos y los graba en la función de Navidad. Ahora es testigo de unos tiempos que ponen a prueba el carácter, en los que se deprecia la picaresca una vez emprendida la cruzada contra la malversación, el blanqueo, la corrupción. Sócrates en Portugal, al que tanto admiramos, entre rejas. Aquí, cárceles llenas de nombres sonoros: Núñez, Pantoja, Matas… estirpes y oligarquías empapeladas, y los políticos íntegros pagando el alto coste de los políticos corruptos. Érase una vez, hace menos de ocho años, en que nuestra sociedad se regía por unos códigos laxos y no sólo se pagaba al fontanero en negro. Conductas propias de una cultura que adulaba la riqueza y los privilegios aunque cabría preguntarse si ahora estamos valorando la honradez por convicción o bien, en cuanto se pudiera, se volvería corriendo al viejo patrón. Por ello, cuando una onda de ejemplaridad y civismo se extiende hasta por el autobús, acaso crea que debe expiar su otro yo en lugar de sentirse un pequeño y esporádico impostor. Cortar malezas, regenerarse, volver a leer Hojas de hierba de Walt Whitman (en su nueva edición bilingüe de Galaxia Gutenberg), esa epopeya enardecida que agita tanto la turbulencia como la esperanza y que se entiende con otra intensidad ahora que cuando éramos jóvenes. “Mejorar es una de las palabras de la tierra. La tierra ni se retrasa ni se apresura. No es sólo hermosa a medias: sus defectos y excrecencias revelan tanto como sus perfecciones”.

(La Vanguardia)

Imagen: Julia Fullerton-Batten

Publicado en Artículos

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