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Crónica de un clásico de temporada

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Bueno, bueno, ¡no reconocía a Arguiñano con barba!”, dice el conductor del autobús que durante dos días ha paseado a periodistas culturales y autores por Barcelona con motivo del premio Planeta. “También he visto a esa periodista, muy maja ella, la que de joven llevaba el pelo de pincho”; “Sí hombre, la Julia Otero, quieres decir”. “Eso, y también a la otra: Amparo… la que salía en la tele con el Cuní”. El conductor de reserva rumía un rato: “¿Amparo Moreno?”; “No, no. Esta es flaca. Una que sale con las piernas cruzadas…”. “Ah, ¡Empar Moliner!”. El autobús aparca frente a la alfombra negra donde posan el matrimonio Tous, Judit Mascó, Risto Mejide o Manel Fuentes. Hay equilibrio entre autores mediáticos y escritores de verdad, como en las proporciones de gambas y jamón del salmorejo, o entre políticos del PP y del PSOE: Ana Pastor, Alicia Sánchez-Camacho, ellas; Miquel Iceta, Pedro Sánchez, ellos. Concentración de poder y pedigrí en la entrega de unos premios literarios que ya forman parte del santoral: invariablemente el 15 de noviembre, día de Santa Teresa de Jesús, en homenaje a Maria Teresa Bosch, la madre del presidente del grupo.

Como es habitual, los nombres de los ganadores se filtran, aunque los comensales interpretan la solemnidad y el suspense, y los más románticos se imaginan a un jurado deliberando acaloradamente en el sótano del Palau. Carmen Posadas abre primero la plica del ganador: Jorge Zepeda. Se da cuenta del error, pide disculpas y le echa la culpa a la presbicia: “Ahora sí me pondré las gafas”. Hay que retomar la coreografía, y la finalista, Pilar Eyre, lo logra al minuto: “Fue en un restaurante. Conocí a un corresponsal de guerra y pasamos tres días y noches de pasión. Luego se fue a Siria, y en la frontera con Turquía desapareció. Narro mis esfuerzos por rescatarlo”. El público enmudece, se reboza el morbo en el ambiente, y la escaleta del guión vuelve a su sitio. El flamante ganador mexicano, de dientes nicotinados, barba de dos días y verbo sobrio, se persona en la tarima con un título anatómico -Milena y el fémur más bello del mundo- y un aura de periodista valiente con maneras suaves. El misterioso reportero de Eyre y el fundador del periódico Siglo 21 de Guadalajara conjuntaban como una de las próximas tendencias de este otoño-invierno: periodismo al servicio de la literatura, todo un clásico.

Mientras, en Madrid, se escenificaba el primer homenaje al mejor clásico de todos los tiempos, el modisto aristócrata que triunfó en París y Hollywood, y creó la más perfecta petite robe noir para Audrey Hepburn. “La ropa de Givenchy es la única con la que me siento yo misma. Es más que un diseñador, es un creador de personalidad”, decía la mítica actriz. A sus 87 años, Hubert de Givenchy comisaría en persona la primera retrospectiva de su trabajo -cerca de un centenar de creaciones emblemáticas- y por tal motivo lleva ya varios meses en Madrid custodiado por Sonsoles Díez de Rivera. El Thyssen apuesta cada vez más por las exposiciones de moda patrocinadas, siguiendo la línea de grandes museos del mundo: atrae a multitudes por su combinación mágica de hermosos objetos con historia social. Ya lo decía Diana de Vreeland: “El público quiere ver lo que no puede conseguir”.

Fuera de juego

Hay frases hechas nefastas con las que ni la inteligencia emocional ha podido, propias de personajes malcriados que exigen tratamiento vip incluso al cometer una infracción. “Voy a hablar con tus jefes y se te va a caer el pelo”. Esa -y otras lindezas: “Me tenéis envidia porque soy famoso”, “me estáis multando porque vais a comisión, porque no tenéis dinero”, “me da asco vuestro trabajo, la Guardia Urbana es una puta vergüenza”- les dedicó el central del Barça Gerard Piqué a los agentes que multaron a su hermano la madrugada del domingo pasado por aparcar en el carril bus durante un cuarto de hora. ¿Esperanza Aguirre? Una pacata a su lado. Esperemos que el próximo fin de semana, en el derbi, hable en el campo.

Sin resoplar

Es fácil imaginar cómo deben de digerir el afroamericanismo de Michelle Obama esos republicanos enharinados. Por ello le buscan las cosquillas eternizando el mito de la angry black woman, esa negra cabreada que se resopla el flequillo y pone los brazos en jarras. Nunca ha habido tantas mujeres deseando que un hombre se divorcie de su mujer, pero Michelle tiene bien afilados los colmillos. A la ordinaria pregunta de “¿Cuántas calorías quemas cuando te excitas?”, Michelle respondió con un ingenioso juego de palabras -turnip (nabo) por turn up (excitarse coloquialmente)- y moviéndose a ritmo de rap con los ojos semicerrados. Y encima hace campaña: Turn down for what? se ha convertido en un himno pro-participación electoral.

Antes que la voz…

En algunos mesteres, como las letras, el malditismo pone galones. Sylvia Plath es un inmejorable ejemplo: delicada, bella y precoz, madre y esposa amantísima obsesionada con la infidelidad de Ted Hughes, el horno de su casa victoriana en Londres donde metió la cabeza, e incluso el suicidio de su hijo, 56 años más tarde, han conformado el mito. No hubo mejor novela de iniciación que La campana de cristal, que tanto nos golpeó. Aparece ahora Dibujos (Nórdica), que recoge bocetos de la autora de Ariel: retratos de Ted, tejados parisinos, unas barcas de pesca en el Benidorm de su luna de miel… Cuando era redactora de la revista Mademoiselle, una noche, profundamente indignada, arrojó sus trajes por la ventana de un hotel de Nueva York.

(La Vanguardia)

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