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Cuernos

Anthony Gerace

Usted y yo sabemos que su problema no son las mujeres, ni siquiera cuando se siente como un viejo coche en desguace, poquita cosa, un mal negocio. A pesar de ello, es probable que alguna vez haya sido acusado con una ristra de tópicos que van desde egoísta, poco empático, inmaduro o frío, hasta cabrón… un mindundi. Puede incluso que le hayan soltado aquello del síndrome de Peter Pan, de que si es fóbico al compromiso o incapaz de expresar sus sentimientos y ponerle nombre a las emociones. Acaso una noche de verano le reprobaron que en lugar de contemplar la luna desde el velador –“una luna que parecía que tuviera cara”, en palabras de ella­– usted estuviera arreglando un transformador o haciendo un backup al portátil. Existe la posibilidad de que en alguna riña acerada, cuando el malestar se desparrama por el sofá y los días se suceden en silencio, ella dejara caer la expresión “maltrato psicológico”, a usted le saltaran todas las alarmas, confundido, extraño a todo. También podría darse el caso de que, justo antes del partido, le rogara una palabra: “di algo, por favor”, y usted sintiera nacer una náusea en la boca del estómago, y fuera a por un whisky a fin de poder callar mejor. Más tarde, en un instante fugaz, mientras le revuelve el pelo en el abrazo siempre nuevo de la reconciliación, quizás regrese la náusea de la impostura, prometiéndose íntimamente, como un adicto, que será la última vez. Porque aquella que estrecha entre sus brazos es su columna griega, el aliento que le empuja a levantarse cada día para hacer el café, la que le acompaña, muy especialmente los domingos por la tarde, a esa hora en que todo parece perdido.

Hasta que un día ella parece otra. Y usted le espía el gmail: “mi problema no son dos hombres, soy yo”, lee. “Uno es el árbol que me sostiene cada vez que voy a caerme. Con esa manera tan ciega de creer en mí. Pero de quien incluso sus infidelidades me aburren. Y el otro es mi droga, mi dieta y mi verso. Me siento culpable, y no soporto el peso en la nuca al pensar que mis hijos no tendrán recuerdos de sus padres juntos. Solo fotos”. Y entonces a usted le corresponde resolver el asunto de la infidelidad y la hombría. Lo que toca es preguntarse qué ha hecho mal, sentir que ha apuñalado el futuro… Reconocer que en su vida, llena de castillos al aire, solo ella se alzaba como su única torre. Interrogarse acerca de la improbable pureza de los sentimientos, de cómo la vida se complica al madurar, de la mancha de humedad tras el cuadro que casi todas las familias esconden.

Pero ahora mismo está verdaderamente sorprendido. Y lejos de cualquier otra obviedad, se excita. La imagina rodando piel con piel con sus mejores bragas. El otro. Su droga, su dieta, su verso. Y extenuado, piensa que no le será difícil perdonarla. Que la igualdad también es eso.

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(Foto: Anthony Gerace)

Publicado en Artículos

2 comentarios

  1. Regina Regina

    Què bestia! I love it!

  2. PQ

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