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Una de nazis, judíos y Franco

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De un tiempo a esta parte se han acumulado diversas noticias sobre las polillas del nazismo: la aparición de un libro escrito con asepsia clínica sobre cómo se divertían los mandos de las SS en Auschwitz; la herencia, de más de un millón de euros, del llamado Doctor Muerte rechazada por uno de sus dos hijos, o la recuperación por el Gobierno de EE.UU. de las 400 reveladoras páginas del diario extraviado de Alfred Rosenberg, firme ideólogo del movimiento además de confidente de Hitler. Coinciden además con el estreno de la película de Margarethe von Trotta sobre Hannah Arendt, una de las filósofas más portentosas del siglo XX, judía, y autora del excepcional ensayo Eichmann en Jerusalén, que escribió originalmente para The New Yorker en 1961, donde acuñaba el concepto de la banalidad del mal que ha inspirado y recorrido buena parte del pensamiento contemporáneo sobre los orígenes de la violencia.

En el polo opuesto al salvajismo de los verdugos nazis se inscriben las historias de bondad y coraje de los Schindler y compañía, como los ejemplares funcionarios españoles de la embajada de Budapest que salvaron a cerca de 3.000 judíos de ser exterminados. A la historia del diplomático Ángel Sanz Briz ha llegado ahora el periodista Arcadi Espada husmeando la trágica suerte de Aly Herscovitz, amante de Josep Pla. En nombre de Franco (Espasa) es una crónica leída y revivida con el ímpetu del periodista que no se inhibe de replicar al mismísimo Adorno: “No, no me parece moral que las torres de Auschwitz sean tratadas retóricamente como la torre Eiffel, y hay que vomitar sobre ese crepúsculo (…) Pero una vez limpio y refrescado conviene preguntarse si demasiado vómito no lleva a la claudicación de considerar que Auschwitz no puede representarse”. El grueso del libro de Espada se esfuerza en comprobar que el franquismo ayudó a los judíos en el ocaso del III Reich. Si bien nunca quiso festejarlo. El mismo régimen que persiguió a Walter Benjamin, que acabaría suicidándose en un hotelucho de Portbou. A Espada le ha replicado el historiador Bernd Rother, en una apasionada polémica que consigue el milagro de que un libro siga vivo después de ser apilado. Y que incluso le ha valido que cancelasen su presentación en Casa Sefarad, con la excusa de no incomodar a la familia del diplomático debido a la revelación de una presunta amante -la misteriosa baronesa Piroska-, por boca del cónsul italiano Giorgio Perlasca, que se llevó todos los honores, incluso los de Sanz Briz, y murió en la pobreza, como suelen ocurrir las cosas. La luz no siempre sale a borbotones en la recuperación de la memoria. Egos, ideologías, parálisis, comodidades y otras gangas se aprestan a enmarañar lo que ya estamos acostumbrados a concebir de acuerdo con ese decir, miserable y al tiempo confortablemente humano: “Mejor dejarlo como está”.

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