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Fiebre Twitter

Para millones de personas, la vida real es lo que transcurre entre SMS, e-mails y tuits. Lo comentábamos la pasada semana: la comunicación, gracias a la tecnología, ocupa un lugar central entre las actividades diarias, pero sobre todo ha adquirido una visibilidad simbólica que obliga a no quedarse fuera si se quiere formar parte del vértice de la pirámide social. Este lunes se difundió el decálogo del PSOE para manejarse en Twitter, ratificando la teoría de McLuhan: si no se domina el medio, no se domina el mensaje, porque el medio nunca es inocente. Los decálogos tienen la misma utilidad que los departamentos de telegenia de los partidos que enseñan a utilizar el micrófono —no acercarse demasiado a él, acostumbrarse al eco de la propia voz y, por supuesto, saber apagarlo—. El nuevo micrófono de Twitter es aparentemente intuitivo y simple, pero da pie a torpezas de novato, incluso entre quienes creían tener un máster en representación pública.

El paisaje ha cambiado, también los planos. Los políticos, cabizbajos en el Parlament, intentan destacar como comentaristas en la red. Y los periodistas se sienten acuciados por un nuevo mandato que les pide que sean activos en el microblogging. Me lo advirtió @iescolar, una referencia en internet: «Verás que es una experiencia interesantísima». El gran secreto reside en el don de la ubicuidad: poder estar en tantos lugares al mismo tiempo y tener en la palma de la mano un noticiario de lo que está pasando en el mundo, y en el sofá de casa. Pero ¿qué ha ocurrido en los últimos meses? ¿Por qué España lidera el crecimiento de usuarios en Europa y cada día cerca de medio millón de personas crean un nuevo perfil? ¿Y por qué tantos periodistas se han entregado al tuit esta primavera, desde @julia_otero hasta @abarceloh25, o @pedroj_ramirez, que ayer prometía ayuno de elogios para que no se le subieran sus 20.000 seguidores a la cabeza? En el bulevar digital hay gente combativa como @lydiacachosi o @Judithtorrea, que no callan lo que ocurre allí donde los muertos no tienen ni nombre, o como @yoanisanchez, que entra en rifirrafes con el mismísimo Fidel Castro. Hay tuiteros cariñosos como @AlejandroSanz y otros incomprensibles, como @victoriabeckham o @ParisHilton, celebrities cuyos mensajes retuitea diariamente @Quim_Monzo. Tampoco faltan los titulares surrealistas de @elmundotoday ni el «Bon dia, Catalunya» de @jordibaste desde RAC1 o el de @anaguantes en la Ser.

Curiosamente, no ha sido hasta cinco años después de que Jack Dorsey inventara este servicio on line para enviar mensajes de 140 caracteres —que hoy cuenta con más de 200 millones de usuarios en el mundo— cuando muchos se han sentido seducidos por tuitear la vida desde los teléfonos inteligentes y las tabletas, que tan buena compañía hacen. La gente necesita engancharse a algo. El cigarro fue un buen acompañante durante años, pero, expulsado de la mesa y de la cama, ha encontrado un sustituto en apariencia social, aunque relegue al ser humano a una soledad concurrida. Porque Twitter es adictivo y a la vez aséptico. Uno se comunica sin oler, sin ver ni tocar al otro en una combinación perfecta: no te sientes aislado ni invadido, aunque pagues el precio de perder el roce. Lo definía con precisión @fmarcalvaro hace unos días: «Es una tertulia animada y muy silenciosa a la vez». Twitter resume las aspiraciones de siempre: vender una marca, un programa político, una empresa o a uno mismo, reflejando en tiempo real el éxito o el fracaso a través del marcador de seguidores. Es un directo personalizado que crea la ilusión de que el otro está tan sólo a un clic, mostrando a su vez cuán importante resulta, en todos los formatos de la vida, saber manejar las distancias para no acabar delirando.

(La Vanguardia)

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