Los amigos de Instagram dicen amooo cuando algo les gusta mucho. Y lo van alternando con un adorooo o un muerooo . Esa repetición de la o pretende enfatizar su fanatismo, como si estuvieran desmayándose de admiración. En su éxtasis, inventan gerundios – divando , ante la foto de una actriz con pose– y genuflexiones virtuales del calibre de nivel Dios . No escatiman los adjetivos, todo es lindo y luminoso . La exaltación del azúcar de algodón rosa que corona la red inspira mimos y aplausos, y fomenta las devociones. Observo su traslación al lenguaje cotidiano de la calle, donde ya fluye, aderezado con un piropeo que va del amore a bella y diosa . Son los mismos que saludan sin pudor con un holi , igual que la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, al equipo de Vanity Fair cuando le hicieron un reportaje en la revista.
Puede que la profusión de diminutivos y superlativos intente paliar la falta de cariño en estos tiempos profilácticos, además de permitir tácitamente la sobreactuación. Los caribeños, tan proclives al mi amor, podrían ser una enorme fuente de inspiración. Porque aquí, excepto en el sur, seguimos luchando contra el pudor en la verbalización de los afectos, por mucho que la cultura del emoji haya inundado el mundo de besos y corazones. Lo cuqui y lo mono se han instalado entre adultos reacios al exceso de baba que se quedan fuera de la cuchipandi .
Otros, por el contrario, nos preguntamos si no se trata de una teatralización de los sentimientos hecha ya costumbre. Y sentimos cierto sopor ante una efusividad que aún ridiculiza más el postureo. Las personas acostumbran a morir con un número de amigos equivalente a los dedos de una mano; algunos afortunados necesitan las dos. He leído biografías de personajes que decidieron no sumar más amistades para poder cultivar a fondo las auténticas e insobornables. En cambio, cuando te encuentras por la calle a los amigos de Instagram, se escudan en un ¡no me da la vida!
“M’embafa” –que es más terminal que empalagar – exclaman algunas madres ante el zalamero mi amor, porque no se fían de sus quilates de oro falso. Reclaman el valor de las palabras, que tanto les costó practicar e inculcar a sus hijos. Puede que los sigan en las redes y les pongan corazones. Y que hasta se digan a sí mismas: “Una capa de mermelada los animará”. Aunque saben que esas relaciones carecen de un auténtico interés en anudar el lazo que, limpio y prieto, te ata dulcemente a la vida. La verdadera amistad, leal, bella y salvaje como una manada de caballos blancos.
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