Las personas se asustan de sí mismas. Esa es la conclusión a la que llega un chocante estudio, publicado en Science, capaz de demostrar que a la psicología audaz no le tiemblan los métodos. Los voluntarios del experimento llevado a cabo por Timothy Wilson (Universidad de Virginia) podían elegir entre pasar 10 minutos solos con sus pensamientos, o bien autoadministrarse una descarga eléctrica, mirar fotos de cucarachas o escuchar el sonido de un cuchillo rayando el cristal de una botella. La mayoría escogió la descarga, y pagó para evitarla. La ausencia de móvil, tableta o libro resultaba más difícil de gestionar que electrocutarse.
Pensar incomoda, según este estudio, que determina una psicopatía cada vez más extendida: huir de la inactividad. Evitar enrocarse en una cadena de pensamientos incontrolables, que parecen viajar en ascensores: se presentan, suben cimas, se desinflan, reaparecen y acaban por conducir al vacío. En un tiempo en que la palabra intimidad parece traducirse en una pantalla, y ha sido despojada de su valor existencial, recogerse, meditar e incluso ensoñarse son verbos temidos. La actividad es reparadora y entretiene; “prefiero no pensar”, dice la gente. Y lo que parece comprensible para un periodo de duelo o desamor resulta antinatural como estado permanente. El propio investigador, Wilson, se mostraba sorprendido. No sé hasta qué punto influye el medio para determinar el alto grado de absentismo mental que demuestra el estudio, pero, en verdad, nuestra sociedad hiperestimulada rehúye rabiosamente la reflexión.
La palabra protocolo se ha instalado tanto en lo ortodoxo como en lo heterodoxo para determinar cómo hay que hacer las cosas, y hasta tal extremo se han bajado las espadas que incluso permitimos que dirijan nuestras emociones, como demuestra otro estudio no menos audaz realizado por Facebook y la Universidad de Cornell (Nueva York). Durante una semana suministraron noticias escogidas a 700.000 usuarios de la red social para analizar su reacción, con la intención de demostrar que Facebook puede hacernos sentir infelices al crearnos expectativas no realistas de lo maravillosa que la vida puede llegar a ser. Pero, además, comprobaron que suprimiendo estímulos positivos -como buenas noticias o comentarios- gran parte de los participantes tendía a deprimirse. Si bien quisieron demostrar la eficacia del contagio emocional, a riesgo de manipular los sentimientos de sus usuarios, por lo que han sido muy criticados, también han evidenciado la fragilidad de ese espíritu voluble que antes prefiere hacerse daño a sí mismo que enfrentarse a sus propios pensamientos. Como si hacer volar palomas, reírse de las chispas del día, imaginarse el propio funeral o ejercer la miltoniana capacidad de “hacer un cielo del infierno y un infierno del cielo” no fueran entretenidas actividades del lápiz del pensamiento.
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