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Un mundo raro

La rareza se adueña de las costumbres. A pesar de repetidos intentos en dirección contraria, el ámbito privado va dejando tras de sí un profundo surco, un terreno acuchillado en el que se producen escenas aterradoras. La privacidad, con su inviolable puerta hacia adentro, ha ido engrasando su caja de truenos. Ese asunto complejo llamado familia. Ese otro más sagrado si cabe llamado amor. Leo recientes estudios sobre el homicidio en Europa: las violencias conyugales, machistas, sobresalen con más peso que las otras, en objetiva recesión. Según Pérez Rubalcaba, la tasa de criminalidad española entre julio de 2009 y junio de 2010 es la más baja de la década.

En la sociedad más aromatizada de la historia, el hedor es expulsado de forma enérgica. La sordidez duele a los ojos y a los principios mientras que la violencia primaria repugna en tiempos de refinamiento low cost. Desde la cuna de la civilización se promueve la pacificación, universalizando, mejor dicho, occidentalizando, la «buena educación» y exportando rituales inmaculados de norte a sur y de este a oeste. Vivimos en la era del manual. Una infinidad de acuerdos tácitos, de normas no siempre escritas pero aceptadas imponen orden y pulcritud, además de una elevada cota de prevención. Nuestra sociedad ha aceptado gustosamente ser envasada al vacío, precintada y testada con controles de calidad. «No hay libertad sin seguridad», decimos. Los protocolos han ido sustituyendo a la improvisación de la misma forma en que el mal, a pesar de seguir reptando no necesariamente en las cloacas de la sociedad sino a menudo en sus cúpulas, ha hallado mecanismos válidos para apaciguar sus hidras, mientras que la criminalidad es la demostración inequívoca del embrutecimiento. Ese, en el caso de la violencia machista, que confunde el amor con la propiedad.

Los crímenes de mujeres a manos de sus parejas o ex parejas han aumentado con respecto al año pasado (62 muertes en 2010 frente a las 55 de 2009). Mañana se celebra el Día Internacional contra la violencia de género y de nuevo se pondrán en marcha acciones en positivo como los convenios para la contratación de mujeres que han sufrido la violencia en el salón de su casa. Ahí es donde se produce el cortocircuito de nuestro mundo raro. Los vecinos acostumbran a atestiguar que los maltratadores eran hombres correctos y educados, acaso algo taciturnos. La vida hacia fuera les preocupa tanto que una gran parte se suicida —11 de ellos lo hicieron, 13 lo intentaron—. Instruidas, burocratizadas, estandarizadas, esas mismas criaturas revientan las leyes de la civilización cuando echan el cerrojo de sus viviendas, con la verdura en el fuego y la ropa tendida, todo tan habitual. Ahí implosiona su intimidad, hasta que matan. ¿Cuántos analfabetos emocionales se transforman en asesinos de mujeres? No se puede blindar la intimidad, por eso, tan sólo existe una palabra útil: educación. Hacen bien los Mossos d’Esquadra de Barcelona en extender las campañas entre alumnos de Secundaria para que no confundan el amor con el control y la posesión.

Las mujeres han luchado para trabajar como un hombre, han combatido estereotipos, han conseguido repartir su exclusiva en la ética del cuidado e incluso han escalado algunas cúpulas. Pero aquel territorio doméstico que antaño fue su cárcel hoy se ha convertido en su tumba. Las relaciones humanas, hilvanadas con la supremacía de uno sobre el otro, que alimentan la tendencia al victimismo y a la mortal dependencia, son un auténtico polvorín sembrado de minas antipareja. Para desactivarlas, más que a artificieros haría falta recurrir a espeleólogos que reconduzcan las extrañas costumbres de la vida privada. Del machismo anacrónico y mortal. Ya lo advirtió el tal José Alfredo: «Di que vienes de allá, de un mundo raro, que no sabes llorar, que no entiendes de amor y que nunca has amado».

(La Vanguardia)

Publicado en Artículos

Un comentario

  1. Vivimos en un mundo políticamente correcto, donde, escenas como esta,
    http://www.youtube.com/watch?v=SC0pwY8a_RU&feature=player_embedded
    están prohibidas en muchos discursos. Sin embargo, el ámbito privado nos demuestra que el machismo sigue vigente…incluso más vigente. Hay un machismo soterrado, disimulado, lleno de buenas palabras pero que sigue despreciando, en lo más hondo, a la mujer. Pero, claro, eso no se dice porque quedarían muy mal. De igual modo, es en las distancias cortas donde el maltratador se crece. Una amiga socióloga experta en estos temas, afirma que el retroceso que se sufre en los derechos de la mujer es palpable en la sociedad española. Chicos que atemorizan e incluso secuestran a sus novias. Que se niegan a usar condón con ellas, que obran con ellas como si fueran algo de su propiedad, tal que una moto. Y luego nos extraña que Dragó diga lo que diga. Él lo dice, pero muchos otros como él lo piensan…y eso es lo triste.

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