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Armarios roperos

Un amigo periodista, compartiendo confidencias con una copa de vino, me preguntó si a lo largo de mi trayectoria profesional me había liado con algún jefe, o si había tenido que espantar moscardones. He cometido muchos errores en mi vida, pero afortunadamente éste no, le respondí, añadiendo con cierta chulería que siempre había mantenido una distancia profiláctica entre trabajo y babas. En verdad he tenido jefes muy diversos, algunos de ellos grandes maestros y otros bien dudosos: recuerdo a aquel que maltrataba a su mujer, o a un tiburón que pertenecía a la especie manspreading –esos que siempre se sientan con las piernas abiertas–, y me bostezaba a la cara mientras le informaba de un asunto crucial. Siempre han pululado esos individuos que en la oficina te hablan mirándote el escote, a los que una sigue clavándoles los ojos con la mayor dureza posible. En verdad hubo un tiempo que sobre las mujeres que conquistaban algún escalafoncillo, caía la sospecha de que a quien se habían tirado. Parecía inexplicable que triunfaran por méritos propios.

Las jóvenes han emprendido hoy una cruzada de la que no fue capaz mi generación, bien por vulnerabilidad, bien, sobre todo, por intimidación. El miedo a que no te crean o a que digan que te lo buscaste siempre ha estado presente, y no solo en el cine, que ahora vive el denominado “efecto Weinstein” –ese productor mastodóntico que ejercía inmune su derecho de pernada–. Una sociedad cada vez más madura respecto a la igualdad debe de tener un nivel de tolerancia cero ante el acoso sexual. Por ello, hemos aplaudido esta salida al armario del #yotambién como demostración de la inexorabilidad de la justicia –ya lo advirtió el poeta latino: “la justicia, aunque anda cojeando, rara vez deja de alcanzar al criminal en su carrera”–, que ojalá, de ser probadas las acusaciones, se complete en los tribunales. Y en este contexto, el fotógrafo Terry Richardson, uno de los mejor pagados del mundo, acaba de ser vetado por Condé Nast Internacional. Hace tres años, tras ser señalado por seis modelos, Richardson escribió una carta al Huffington Post en la que negaba sus acusaciones. Y desde entonces ha repetido el argumento del consentimiento invariablemente cada vez que aparecía un nuevo titular con su nombre. Eso sí, mientras se forraba y publicaba libros pornográficos con chicas que desconocían el fin de sus shootings. Modelos como Coco Rocha, Rie Rasmussen o Charlotte Watters, que en su día hicieran público su depredador comportamiento, acaban con esa protectora pátina de cinismo que asegura que nadie hizo nada que no quisiera. Aunque la lacra de la violencia sexual en el mundo de la moda es mucho mayor que el narcisismo machista de Richardson. La también modelo Cameron Russell ha animado a sus colegas a denunciar los abusos sufridos en el trabajo. Sororidad instagrameada que ya ha reunido testimonios sobrecogedores, muchos de ellos de chicas de 16, 17, 18, 19 años que relatan cómo fueron tocadas, engañadas, humilladas, drogadas y en algunos casos violadas por bookers, fotógrafos y hasta chóferes. Hay tops muy jóvenes que quieren mantener el anonimato, junto a grandes nombres como los de Anja Rubik, Amber Valetta, Doutzen Kroes, Saskia de Braw, Sara Sampaio o Lily Aldrige, que se han sumado al “yo también”.

Recuerdo cuando despuntaron las tops españolas en los 90 y viajaban a Milán o a Nueva York para sesiones de fotos. Judit Mascó, Martina Klein o Nieves Álvarez, chicas cautas, me contaban entonces cómo una tenía que saber rechazar ciertas invitaciones. “En Nueva York, me pedían que fuera a fiestas, y yo preguntaba si podía ir con mi novio. Me respondían que no, y entonces decía que prefería no ir. Siempre he tenido mucha cabeza, y es probable que haya perdido muchas oportunidades por no ser la más divertida… Considero que el desnudo es un arte, pero en ocasiones he dicho “esto no lo hago”. Jamás he tenido problemas, pero me parece muy valiente y necesario lo que están sacando a la luz tantas actrices y modelos” me explica Álvarez.

El empoderamiento femenino es transversal, y acelera velocidades para derribar ese techo de cristal fosilizado. “Avanzar en la igualdad es mejorar el mundo” dijo el pasado miércoles Ana Bujaldón, presidenta de la Federación de Mujeres Directivas, Ejecutivas, Profesionales y Empresarias (FEDEPE), en la entrega de sus premios, celebrada el en Consejo Superior de Investigaciones Científicas de Madrid. María Escario fue reconocida por su “comunicación comprometida con la mujer”, además de Fuencisla Clemares, directora general Google España y Portugal, la diseñadora Purificación García, la heroica Selección Española Femenina de Baloncesto y otras mujeres fuera de serie. Cualquiera de ellas, de las que han llegado intactas al vértice de la pirámide del poder, no debería desentenderse de las razones por las que tantas otras no lo han conseguido.

Publicado en La Vanguardia

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