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Sordera mental

2012 October 03 PUL - Cirque du Soleil, Quidam, performance at the Neal Blaisdell Arena. HSA PHOTO BY GEORGE F. LEE

Conocer es, en buena medida, escuchar. Cuando a alguien le reprochan que no sabe hacerlo, le están acusando de muchas cosas más: de carecer de empatía, de sensibilidad, de generosidad, como si estuviera aquejado de una especie de sordera mental. “No tiene tacto”, se dice también de quien sintoniza mal con los demás y no es capaz de leer entre líneas. Es una expresión muy visual y a la vez sutil. Carecer de tacto sería en realidad una condena: no poder distinguir entre lo rugoso y lo suave, ni sentir los pies amoldándose a una superficie de cantos rodados. Es bien distinto no saber escuchar que no escuchar: de los hijos se dice lo segundo, mientras que a los jefes o las parejas suele recriminárseles lo primero, aduciendo su falta de interés –y habilidad– para llegar al fondo de las palabras. Hay médicos que escuchan con las manos, y flamencos que lo hacen gol­peando la lengua contra el paladar.

Fui afortunada de tener un maestro que me insistía en que no sólo se es­cucha con los oídos, sino con todo el cuerpo. Cuando lo hacemos con atención apenas nos acordamos de nuestros músculos o del dolor de cabeza. Por su actitud corporal, los buenos escuchadores denotan estado de alerta: los silencios son, a menudo, más importantes que las palabras, qué se dice y qué se calla, qué se repite, qué palabras cuesta más pronunciar y cuáles se evitan. El buen escuchador siempre tiene tiempo, aunque le falte como a todos. Mira a los ojos, y a ratos observa si mueves un pie o juegas con las manos, que también son formas de comunicarse.

Me pregunto cómo alcanzarán esos matices los robots. Siri incluso se sabe chistes, aunque sean malos. Afirman los expertos que en los campos de la medicina, la seguridad o la educación contaremos con robots a los que apenas les hace falta escuchar. El filósofo británico Nick Bostrom, de la Universidad de Oxford, ha comparado nuestro destino con el de los caballos, reemplazados el siglo pasado por tractores y automóviles. Sin duda produce desasosiego. La semana pasada, en la conferencia organizada por la ONU en Ginebra sobre los beneficios de la inteligencia artificial para la humanidad, un robot femenino, Sophia, se convirtió en el primer androide en conceder una entrevista. “Nunca sustituiremos a los humanos, pero podemos ser vuestros amigos y ayudaros”, dijo muy políticamente correcta. Siri y So­phia están entrenadas para prestar atención a todo tipo de peticiones y atenderlas. No tienen alma, al igual que el resto de las máquinas, pero gracias a la tecnología identifican cada vez más matices, como si empezaran a respirar el aire de las ideas, que es, según dejó dicho Edith Wharton, el que hay que tomar cuando se está escuchando.

Publicado en La Vanguardia

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