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La fragilidad de una mujer fuerte

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A la hora de comer, la misma a la que había quedado con un antiguo colaborador suyo, llegaba a Ferraz el cuerpo sin vida de Carme Chacón. Un féretro pequeño. Pensé en su estatura, en sus tacones cuando pasaba revista a las tropas y presidía funerales oficiales – y para contener el llanto se ponía a pensar en personas de quienes nunca se acordaba del nombre de pila, como Sarkozy-. También pensé en los dos kilos que pesaba con dos meses de vida. En el porrón de leche con el que, entonces, sus padres intentaban que tragase algo. En los veranos en Olula del Río, donde una tribu de mujeres andaluzas, abuela y tías, se desvivían por lograr que comiera una miajita. Allí, el clima atenuaba su asma y animaba su corazón lento. El escaso sueldo de los jovencísimos padres, Baltasar y Esther, se esfumaba en teléfono y viajes. Iban cada quince días a verla; entonces no había autopista. Y regresaban con el maletero lleno de aceite y tomates, pero sin la niña. Hasta que empezó a correr. Y ya nadie pudo pararla.

A pesar de conocer su cardiopatía, quienes hayan conocido a Carme sabrán lo fácil que era obviar su fragilidad. Su actitud vital respondía a la de mujer que podía con todo. “Enseguida tuve claro que tenía que ser una tía muy fuerte. Y creo que lo es tanto en parte por nuestra culpa. Incluso ella me lo ha echado en cara: ‘¿pero que me dices ahora, si me has hecho tú de esta manera?’. Supe que debía tener una gran fortaleza porque si se presentaban problemas de salud, tenía que saberlos afrontar.” Así hablaba Esther Piqueras, que ayer despidió a su hija, junto a su marido Baltasar Chacón y toda su familia, con entereza, orgullosos de su paso intenso aunque corto por la vida.

En el salón de juntas de Ferraz llegaban coronas de flores. Flotaba un aire irreal. Recibía Javier Fernández, y políticos de todos los partidos, además de los ex ministros de Zapatero daban el pésame en privado a la familia. “Soy más bien desconfiado, pero hoy quiero creer que todos los que están aquí, todos, han venido porque lo sienten de verdad”, me decía el padre. Tenaz y divertida, legalista y a la vez intrépida, Carme abrazaba la máxima flaubertiana: “siempre me he esforzado por llegar al alma de las cosas”. Es una de las mujeres más seguras que he conocido en mi vida. Con todo, ayer no podía evitar mirar a sus camaradas y pensar en cómo algunos le sacaron las guadañas. Cuán cansino es tener que ventilar ese tufillo que desprende la etiqueta “mujer ambiciosa” y que, en cambio, nunca se clava sobre un hombre. Chacón estaba sobrepreparada, a menudo a años luz de sus interlocutores. Cuando hacía la tesis en Quebec, un día fue a clase. El termómetro marcara treinta y cinco grados bajo cero. La universidad estaba cerrada. No había nadie más, solo ella.

Tras despuntar en política, pocos estaban acostumbrado a que una treintañera pudiese esgrimir tantas leyes con tanto aplomo en un debate televisivo. Los que la llamaron trepa, acaso ignoraban que había mamado la política desde la cuna. El abuelo anarquista, Paco Piqueras, se la llevaba a Argelès a visitar a sus amigos exiliados, y le enseñaba a tocar “A las barricadas” con la flauta. Siempre auguró grandes planes para su nieta, pero nunca la votó.

Carme Chacón rompió un trozo de techo. Abanderó una nueva generación de políticas hechas a sí mismas, meritocracia en estado puro, sin privilegios ni enchufes. Se decía que era el miembro del Gobierno que mejor representaba la España civil, laica y luchadora.
Poco después de convertirse en la primera Ministra de defensa, el Teniente coronel Jesús Gil, de Protocolo, me aseguró: “Es una mujer que se ha hecho a sí misma. Se mueve estupendamente, igual que si estuviese engrasada, predestinada”.
La familia lo vivió como un choque, ella como un mandato donde tenía que darlo todo. Trasladó su hogar a un Ministerio gris, con su entonces marido Miguel Barroso y el pequeño Miquel; allí hacía cotidiano lo excepcional. Su hermana Mireia me reveló lo que entonces sintieron en casa: “fue impactante que mi hermana llegue a ser ministra de Defensa con un abuelo anarquista que fue preso de los militares… Te dices: ‘Bueno, ¿qué está pasando, está cambiando el mundo?’. Nosotros veíamos una bandera española y aún nos costaba”.
Durante su mandato, se desvivió para transportar el mundo militar a la sociedad civil: humanizarlo, acercarlo y normalizarlo. Después de viajar por primera vez a Afganistán, embarazada, el entonces Rey Juan Carlos la felicitó por teléfono: “con dos cojones, sí señora, qué huevos le has echado a esto”. La mayoría de sus viajes, durante los años de Defensa, estaban desaconsejados por sus médicos.

Carme Chacón convirtió su derrota in extremis como candidata a capitanear el PSOE en una oportunidad. Lejos de achicarse, conquistó tiempo, regresó a la universidad, se hizo con una segunda vida americana, y ante todo dedicó sus horas más preciosas a su hijo, dispuesta apurar cada día igual que una copa de cava helado y burbujeante, a temperatura Chacón.

(Foto: ©Teresa Peyrí)

Publicado en Artículos

Un comentario

  1. Miriam Miriam

    Excepcional

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