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Poesía en una esquina

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La poesía joven tuitea sus aforismos y los clava igual que piercings. Versos tatuados que cantan al amor (y al desamor) con palabras sencillas. Se habla de fenómeno, de fiebre lírica. Premios como el Loewe o el Adonais, el festival PoeMad y las lecturas en bares abarrotados de veinteañeros –sobre todo chicas– se suceden en Madrid. En el Intruso Bar de Chueca se celebra mensualmente Poetry Slam, una competición de poetas inspirada en las contiendas raperas. También está el Diablos Azules, en la calle Apodaca, que abre sus micrófonos para aquellos que quieran declamar rimas libres sobre servilletas de papel. Quienes escribimos versos de adolescentes admiramos su impudicia. Cómo abren sus heridas entre sábanas de piso de estudiante. Subliman el sexo porque no les importa la comida. Leen filosofía en los posos del café. Los hay poetas-letristas, amateurs superventas, como Rayden, Natch, Vanesa Martín o Rupi Kaur “Otras maneras de usar la boca. Marwan –mitad palestino, mitad madrileño de Aluche ha alcanzado los 12.000 ejemplares con ‘La triste historia de tu cuerpo sobre el mío’– . Los hay quienes reclaman la prueba de paternidad de la llamada generación de los 80’: Luis García Montero, Benjamín Prado o Manuel Vilas, el año que nos dejó encogidos pero más vivos que nunca con “El hundimiento”. Poesía cotidiana que arroja desde la primera persona la extrañeza de sentirse joven y viejo a la vez. Sus imágenes conforman un patchwork tejido de pedazos de identidad. “Cualquiera podría pensar contemplando la escena/que he fracasado en la vida./Pero yo sé/que es la vida la que ha fracaso conmigo” escribe Emilio Martín Vargas, de profesión barman, tras resbalársele una botella de Pingus 2006: “un reguero purpúreo de novecientos treinta y seis euros/ bajo mis pies encarnados”. Martín Vargas es uno de los últimos hallazgos de Chus Visor, santo y seña de la edición de poesía en nuestro país. Visor ocupa una esquina de Madrid: Isaac Peral con Donoso Cortes. También una frontera, la que trazan el parque del Oeste, Moncloa y la orilla de la Ciudad Universitaria. El editor, librero y bibliófilo es un pozo de memoria sin nostalgia: “Solo me pongo nostálgico cuando pierde el Atleti”. Lleva 48 años fumando en el umbral de la vieja librería heredada ya con el nombre de Visor –de la tipografía decó Sinaloa, creada por –, una tertulia sin fin, una obra abierta frecuentada por noveles y consagrados, “visoristas” de Madrid y provincias.

Él encarna el Madrid castizo, guasón y noble, provisto de ese rajo gutural en las eses. Habla sin pedantería, suelta tacos, reparte humor y palmadas a los amigos y se hace el esquivo con los pesados. Ha publicado a cinco generaciones poéticas. Lo visito un sábado helado de enero. Chus Visor milita en el calor, el frío le incordia. Llega a la librería en autobús. Tiene su despacho en el sótano con temperatura mediterránea gracias a un calefactor eléctrico. En la cueva descasan decenas de archivadores repletos de correspondencia con Celaya, Gelman o Benedetti. Visor es ordenado, y su gruta es pura golosina para los amantes de la poesía. Me muestra el primer ejemplar que publicó, en 1969: “Una temporada en el infierno” de Rimbaud. No podía ser de otra manera. Osado y fumador, él toma cañas acodado en la barra del Van Gogh, antes llamado Galaxia –por el edificio que la alberga–, donde se tramó un intento de golpe de estado que debía darse pocas semanas antes de la aprobación de la Constitución.

Me asegura que nunca sufrió la crisis, ni en sus peores años, ya que el lector de poesía permanece inmune a la economitis global. Su historia se compone de más de 900 libros de poemas con esa cubierta negro laca que diseñó Alberto Corazón; negro Balenciaga, negro Rock &roll, negro Sartre, un noir iluminado con letras en blanco. Ha logrado hacer sostenible el negocio con pociones de Sabina y Benedetti, más los Claudio Rodríguez, José Emilio Pacheco, Joan Margarit, Carlos Marzal, Ana Rosetti, Elena Medel, Ana Merino, Antonio Lucas y su última revelación, Elvira Sastre, con un título que llega con filo de Gillette: “La soledad de un cuerpo acostumbrado a la herida” y ha sido superventas de lujo. Visor asegura que aún no tiene la respuesta para entender esa posesión totalizadora de la poesía como lenguaje hipermoderno. Que la poesía esté de moda es sin duda una de las mejores noticias para la moda. Y para Chus Visor, tan ajeno a la pasarela.

(La Vanguardia)

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2 comentarios

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